Este es el episodio 26 llamado Abd al-Rahman I, el Halcón de al-Ándalus y en este episodio aprenderás:
- La epopeya de Abd al-Rahman ibn Muawiya
- Hacia la fundación del Emirato de Córdoba
- Al-Ándalus, una tierra en rebeldía
- La política exterior de Abd al-Rahman I
- Política interior y la familia omeya cordobesa
- La construcción de la Gran Mezquita de Córdoba
- El Veredicto: La astucia de Abd al-Rahman I
- Avance y outro
- Fuentes
La epopeya de Abd al-Rahman ibn Muawiya
Tras el triunfo de la revolución abasí, el tío del primer califa abasí organizó una cacería para asesinar a un gran número de hombres, mujeres y niños de la familia omeya, pero hubo quienes lograron sobrevivir. Uno de los supervivientes fue Abd al-Rahman ibn Muawiya, nieto del califa Hisham ibn Abd al-Malik de unos 20 años de edad y que los cronistas describen como alto y delgado, rubio y tuerto de un ojo. Según el cronista Ibn Hayyan, el omeya estaba escondido con su hijo Sulayman de 4 años y un hermano menor en una aldea entorno al río Éufrates, cuando de repente vieron que se estaba montando un pollo fuera de su tienda porque estaban llegando las banderas negras de los abasíes. Cogió apresuradamente unas monedas y su liberto bizantino Badr encontró un guía para cruzar el Éufrates, pero este guía resultó ser un espía abasí y al cabo de unos minutos ya tenían a la caballería abasí persiguiéndolos.
Abd al-Rahman cogió a su hijo y se puso a nadar como un loco, pero su hermano menor vio como le fallaban las fuerzas y volvió a la orilla del río con las falsas promesas de los soldados abasíes que prometían que no les harían nada. Pero los soldados decapitaron a su hermano de 13 años, y Abd al-Rahman junto a su hijo y liberto tuvieron que seguir corriendo sin parar al otro lado de la orilla. Permaneció unos días en Egipto hasta que se enteró que el califa al-Saffah había ordenado al gobernador de Egipto que buscase a los omeyas escondidos. Entonces tuvo que desplazarse hacia una ciudad de Libia donde mantuvo un perfil bajo hasta que se calmó la búsqueda y pudo dirigirse a Ifriqiya, actual Túnez, provincia gobernada por Abd al-Rahman ibn Habib del linaje de los fihríes.
El príncipe huido llegó hasta Kairuán y encontró acomodo entre una familia de maulas de su bisabuelo, pero si bien el gobernador de Ifriqiya había favorecido la llegada de omeyas para desafiar a los abasíes y reafirmar su independencia, cambió pronto su actitud al ver los peligros que representaban para su propia legitimidad. Según una crónica anónima, soldados de Ibn Habib encontraron su escondite pero la esposa bereber del hombre que le dio cobijo puso a Abd al-Rahman debajo de sus faldas y se puso a llorar cuando entraron los soldados a la fuerza, y como éstos temían que su marido pensase que le habían hecho algo se largaron. Es por estas aventuras y el cómo logró sobrevivir numerosas revueltas y conspiraciones como emir de al-Ándalus que Abd al-Rahman se ganó apodos como el Inmigrado o Emigrado, el Halcón de al-Ándalus, o el Halcón de los Quraysh, sobrenombre que le dio el mismísimo califa al-Mansur según los cronistas.
Más tarde abandonó la casa y el refugiado omeya se dirigió a la tierra natal de su madre, quizás ya su objetivo inicial desde que empezó su viaje hacia el oeste. Sus tíos maternos de la confederación tribal bereber de los Nafza lo hospedaron cerca de la ciudad costera de Nekor, en el Rif marroquí, y para entonces Abd al-Rahman había pasado cinco años vagando por el Occidente musulmán en condiciones muy míseras e inciertas, estando varias veces a punto de ser capturado o asesinado por agentes abasíes o de los fihríes de Ifriqiya. Si pretendía establecer un poder independiente en el Mareb no logró suficientes apoyos, y si ni si quiera en tierra de su madre podía conseguirlo, ¿dónde más le quedaba para ir? Fue entonces cuando le llegaron noticias del lugar más occidental del mundo islámico, al-Ándalus, y al saber de las dificultades políticas que se vivían ahí pensó que tenía una oportunidad para hacerse con el poder.
Su siempre fiel liberto Badr cruzó el mar Alborán en el 754 y contactó con dos jefes y clientes omeyas del yund de Damasco establecido en Elvira, Granada, para tantear su lealtad. Estos le contaron las noticias al jefe del yund de Quinnasrin establecido en Yayyan, provincia de Jaén, y al final los tres estuvieron de acuerdo en apoyar al pretendiente omeya, aunque primero querían contárselo a al-Sumayl, el hombre fuerte del Emirato fihrí. En el episodio 25 La caída del Califato omeya ya vimos como estos clientes omeyas participaron en la expedición de socorro del general al-Sumayl en Zaragoza y sondearon su apoyo, sin que al-Sumayl se comprometiese a nada y como mucho según otras crónicas se comprometió a convencer al emir Yusuf al-Fihrí de acoger al omeya y darle la mano de su hija.
Al ver que las cosas no avanzaban a su favor, en agosto del año 755 Abd al-Rahman desembarcó en la playa de Burriana, en la ciudad malagueña de Nerja. Un ejército de jefes y soldados que no habían visto en su vida al joven refugiado omeya lo recibió, una muestra de lo importantes que eran los vínculos de fidelidad y clientela y del poder que seguía teniendo el nombre de los omeyas. El futuro emir se hospedó en casa de los jefes de sus maulas, primero en la granadina Loja y luego en Torrox, Málaga, mientras el emir Yusuf y al-Sumayl estaban en la Marca Superior para terminar con la revuelta proabasí cuando se enteraron del desembarco de Abd al-Rahman.
Hacia la fundación del Emirato de Córdoba

Enviados encabezados por el secretario del emir Yusuf al-Fihrí se encontraron con el príncipe omeya para ofrecerle hospedaje y la mano de su hija, y quizás incluso hasta una parte de al-Ándalus para gobernar. Este tratamiento de exiliado de lujo no satisfacía las verdaderas ambiciones políticas de Abd al-Rahman, pero las partes estuvieron a punto de llegar a un acuerdo hasta que la vanidad del secretario de Yusuf provocó que la negociación saltase por los aires. El secretario de Yusuf respondió a una carta que le entregó Abu Uthman, jefe de los maulas omeyas del yund de Damasco, diciéndole que tendría que sudar mucho para escribir una respuesta tan elegante. Abu Uthman no aguantó esta impertinencia del secretario, así que le tiró la carta a la cara y ordenó a sus hombres que le dieran una paliza. Entonces los apoyos de Abd al-Rahman se alegraron y uno exclamó: “Este es el comienzo de nuestra victoria, pues el poder de Yusuf reposa enteramente en este hombre.”
Es revelador que también califiquen a este hombre como asno salvaje, insulto muy típico por parte de los árabes para descalificar a no árabes. Esto podría parecer anecdótico, pero lo cierto es que mientras que la revolución abasí en Oriente terminó con la supremacía de árabes étnicos, en al-Ándalus la instauración de un estado omeya independiente hizo que esa superioridad árabe en la administración, ejército y sociedad siguiera muy presente al menos hasta el Califato de Córdoba. Según el historiador Pierre Guichard, la pervivencia de la dominación árabe es una de las especificidades de al-Ándalus respecto al resto del mundo islámico. En cualquier caso, el príncipe Abd al-Rahman supo explotar para su beneficio la situación política de al-Ándalus, con un Emirato fihrí aún algo frágil por la exclusión del poder de los árabes yemeníes y las malas cosechas y hambrunas que habían generado malestar entre la población.
El joven Abd al-Rahman llevó a cabo una campaña de propaganda entre los árabes de la actual Andalucía y consiguió reunir a unos 3.000 hombres de Elvira, Sidonia, Sevilla y Rayya, provincia de Málaga. El yund de Jordán establecido en Archidona, Málaga, proclamó emir al Emigrado, y entre sus apoyos tenía tanto bereberes como algunos grupos de baladíes y de árabes sirios. La mayoría de árabes que lo ayudaron en su conquista del poder andalusí eran de la facción yemení, resentidos por su exclusión en el gobierno de Yusuf y al-Sumayl y por la matanza que sufrieron en la batalla de Secunda del 747, aunque también tuvo algunos leales qaysíes que eran clientes de los omeyas. Fue después de la toma del poder que Abd al-Rahman se apoyó tanto en grupos yemeníes como qaysíes y sobre todo en sus clientes y miembros del clan omeya, y eso permitió que con el tiempo se eliminase en buena medida el conflicto qaysí-yemení.
Los clientes o mawali de los omeyas constituían un grupo de unos 500 hombres integrados en los yunds de Damasco y Quinnasrin, algunos de ellos libertos no árabes pero arabizados y otros eran árabes de linajes destacados, como era el caso de dos nietos de Mugith al-Rumi, conquistador de Córdoba. Gracias a su lealtad en el momento más difícil para los omeyas, de estos hombres surgieron linajes que formaron el núcleo duro de apoyo a la dinastía omeya cordobesa durante todo el Emirato de Córdoba, acaparando la mayoría de cargos importantes. Los omeyas de Córdoba legitimaron su dinastía como preservadores de la ortodoxia islámica frente a las innovaciones orientales de Bagdad, y ese énfasis en la continuidad también se vio reflejado en el reducido círculo de poder omeya que tuvo unos apellidos muy repetidos en el tiempo.
Abd al-Rahman escribió a algunas familias bereberes para solicitar su ayuda, y entre los apoyos bereberes que se le unieron tras su desembarco destacan los Banu l-Jali y los Banu Ilyas, estos últimos llegados con el conquistador Tariq ibn Ziyad y establecidos en Sidonia. Por su parte, los Banu l-Jali habían sido clientes del califa Yazid II y se había establecido en Takurunna, es decir, la sierra de Ronda. Estos podían proporcionarle 400 jinetes bereberes y un número indeterminado de soldados de infantería, y como recompensa del apoyo a la causa omeya luego pudieron establecerse en la fortaleza de Qannit, en el municipio malagueño de Cañete la Real. Mientras tanto, Yusuf al-Fihrí lanzó y algunos ataques a los partidarios omeyas pero sin lograr ninguna victoria, así que tuvo que ver impotente como Abd al-Rahman pudo entrar en Sevilla y recibir juramentos.
Que Sevilla hubiera recibido con los brazos abiertos al príncipe omeya fue demasiado y entonces el emir Yusuf no tuvo otra opción que salir a por todas. Un ejército fihrí avanzó de Córdoba a Sevilla pero por el otro lado del río estaban avanzando las tropas omeyas con el objetivo de tomar por sorpresa Córdoba, cuando ambos ejércitos se encontraron a un lado y otro del Guadalquivir. Yusuf decidió entonces regresar a Córdoba y las tropas omeyas siguieron su marcha hacia la capital, hasta que se encontraron de nuevo ambos ejércitos a lados opuestos del Guadalquivir a las puertas de la capital, en un sitio conocido como al-Musara. De manera poco honrosa Abd al-Rahman envió a emisarios con propuestas de paz y comida en señal de rendición mientras que por la noche preparaba una operación para que sus tropas cruzaran el río de noche.
Por la mañana se libró la conocida como batalla de al-Musara o batalla de Alameda, empezando por un ataque de la caballería omeya que puso en fuga a parte del ejército fihrí. Abd al-Rahman no tenía ninguna bandera, por lo que tuvo que improvisar una con un turbante verde y una lanza que se convirtieron posteriormente en un símbolo de los omeyas de Córdoba. Se produjo un combate singular, y como los yemeníes temían que el pretendiente omeya huyera con su caballo si perdían, cambió el caballo por una mula y las tropas se calmaron. La caballería e infantería omeya cargó de nuevo, Yusuf y al-Sumayl perdieron cada uno un hijo y tuvieron que huir resignados, mientras que los omeyas capturaron un buen botín y sus tropas yemeníes celebraban la venganza de su derrota en Secunda. Abd al-Rahman ibn Muawiya entró en Córdoba el 15 de mayo del 756, tomó posesión del palacio del gobernador y se proclamó rey y emir de al-Ándalus ante los cordobeses, fundando así el conocido como Emirato de Córdoba.
Al-Ándalus, una tierra en rebeldía
El poder de Abd al-Rahman I era aún muy frágil cuando se hizo con Córdoba, y solo el haber disfrutado de un largo reinado de 32 años permitió que se consolidara la dinastía omeya en al-Ándalus, lejos del Oriente gobernado por sus enemigos los abasíes. Como emir, tuvo que crear un reino cohesionado, hacer reconocer su autoridad frente a autoridades locales árabes, bereberes e indígenas, establecer una burocracia, o construir nuevas infraestructuras y mezquitas. Se apoyó en su núcleo duro de maulas y en un ejército compuesto en buena medida por bereberes. Con estos apoyos el nuevo emir pudo reprimir los múltiples desafíos a su autoridad, que terminaron todos en fracaso por su falta de coordinación.
Hay que destacar que en las revueltas los protagonistas siempre son árabes o bereberes, mientras que hay un silencio absoluto sobre una población hispanogoda que permaneció muy pasiva ante los acontecimientos políticos. Podemos distinguir tres tipos de revueltas durante el reinado de Abd al-Rahman I. El primer tipo eran revueltas por el poder emiral, realizadas sobre todo por el antiguo gobernador Yusuf al-Fihrí y sus familiares y partidarios. El segundo tipo son varias revueltas y conspiraciones abasíes que pretendían eliminar definitivamente a los omeyas y extender su autoridad en al-Ándalus, pero tras varios intentos fallidos los califas de Bagdad abandonaron sus pretensiones después de la muerte de Abd al-Rahman. Y el tercer tipo de revueltas eran las más comunes durante toda la etapa del emirato cordobés y eran revueltas por cuotas de poder o enfrentamientos entre los poderes locales y Córdoba, es decir, las dificultades propias de la construcción de un estado para imponer su control político y fiscal en todo al-Ándalus.
El problema más inmediato al que tuvo que enfrentarse el nuevo emir era darle el golpe definitivo a Yusuf y al-Sumayl. Para ello, debía asegurarse de tener a hombres leales, porque al impedir que sus tropas saquearan Córdoba se dio cuenta del descontento de algunos, que incluso hablaron de asesinarle y por eso tuvo que hacer algunas purgas y dar ejemplo de cuál sería el destino de los traidores. Al principio, Abd al-Rahman quiso recurrir más a la reconciliación que a la fuerza con los partidarios fihríes para curar la fractura entre las facciones árabes qaysíes y yemeníes. Yusuf y al-Sumayl no se quedaron de brazos cruzados, Yusuf fue a Toledo para levantar un ejército y al-Sumayl fue a Jaén para reclutar tropas del ejército de Quinnasrin que no se habían unido al omeya.
Al enterarse Abd al-Rahman de que las tropas de Yusuf y al-Sumayl se habían reunido, fue a enfrentarse a ellos mientras dejó una pequeña guarnición al mando de Abu Uthman en Córdoba. Los fihríes prepararon un ataque sorpresa a Córdoba y un hijo de Yusuf brevemente tomó la capital, pero al enterarse del regreso del emir omeya no tardó en evacuar. Después Yusuf y al-Sumayl se desplazaron a la vega de Granada, hasta que viendo que las cosas no pintaban bien decidieron pedir el amán o perdón al Emigrado a cambio de preservar sus propiedades. El emir aceptó a cambio de la entrega de dos hijos de Yusuf como rehenes y regresó a Córdoba acompañado de Yusuf y al-Sumayl, pensando que ya nadie le disputaría el trono en al-Ándalus.
Pero el emir Abd al-Rahman pecó de ingenuo si creía que los fihríes abandonarían sus ambiciones tan fácilmente, y Yusuf al-Fihrí se escapó de Córdoba en el 759 para dirigirse a Mérida, donde contaba con numerosos clientes bereberes que lo animaron a rebelarse junto a otros provenientes de Toledo. Los gobernadores de Sevilla y Morón derrotaron al ejército rebelde fihrí, y tras esto Yusuf anduvo errante hacia Toledo hasta que los pocos partidarios que le quedaban lo traicionaron y enviaron su cabeza a Córdoba. Por su parte, al escapar Yusuf al-Sumayl fue inmediatamente encarcelado y estrangulado unos meses después por órdenes del emir. Esta traición de la amnistía dada a Yusuf cambió la actitud conciliadora del primer emir omeya para siempre, y a partir de entonces mostró una actitud más decidida e implacable contra cualquier desafío a su autoridad e hizo cortar muchas cabezas.

Los hijos de Yusuf y parientes del linaje de los fihríes siguieron intentando derrocar al omeya, siempre con la lealtad de bereberes del centro y levante peninsular. Cuando Córdoba pasó a dominio omeya, Toledo seguía gobernada por un primo de Yusuf que no reconoció la autoridad omeya hasta que el mismo emir sitió la ciudad y llegó a un pacto en el 761. Este primo de Yusuf se rebeló nuevamente al año siguiente y eso le costó la vida a su hijo que había sido enviado como rehén a Córdoba, y finalmente en el año 764 un ejército encabezado por el maula liberto Badr marchó sobre Toledo y una facción de árabes traicionaron al gobernador y entregaron a los cabecillas partidarios de los fihríes para ser crucificados en la capital. El último levantamiento fihrí lo protagonizó el único hijo vivo de Yusuf que organizó un levantamiento en Toledo en el 785 con apoyos de la tribu bereber de los Nafza, la tribu de la madre del emir. Abd al-Rahman I marchó personalmente contra Toledo, el ejército emiral no tuvo problemas en aniquilar a buena parte de los soldados y el hijo de Yusuf murió. El primogénito del emir Sulayman recibió entonces el honor de gobernar la antigua capital visigoda y evitar nuevas revueltas.
En el 763 Abd al-Rahman tuvo que enfrentarse al primer intento abasí de destronarle. La rebelión estalló en el yund sirio de Egipto estacionado en Beja, Portugal, y estaba encabezada por un árabe llamado al-Ala ibn Mugith. Ibn Mugith contaba con buena financiación y la legitimidad que le daba tener el apoyo del califa al-Mansur, por lo que no fue difícil conseguir apoyos yemeníes y sirios para acabar con un emirato independiente que no estaba claro si iba a durar mucho. La amenaza era muy seria y el emir cordobés contaba con pocos efectivos de los que no dudase de su lealtad, probablemente contaba con un ejército menos numeroso que el rebelde abasí, así que en vez de permanecer en Córdoba se desplazó a la fortaleza de Carmona, Sevilla, por su fama de inexpugnable. En Carmona el omeya estuvo bajo asedio durante dos meses, sin que viniese ningún ejército de socorro para romper el cerco.
Imagina por un momento lo desesperada que era la situación, con el mismísimo emir bajo asedio, el agua y comida que iba a menos, la moral que disminuía y el liderazgo que era cada vez más cuestionado. Por eso Abd al-Rahman tuvo que tomar una acción arriesgada, tomar a sus 700 hombres más leales y abrir la puerta principal de la fortaleza en un ataque en que se jugó su puesto a todo o nada. Antes de eso, hizo un fuego y quemó la vaina de las espadas de sus soldados, y el emir exclamó: “¡Salid conmigo contra esta multitud, para no volver jamás!”. El ejército omeya pilló por sorpresa al ejército abasí y los derrotaron, provocando también la muerte de al-Ala ibn Mugith y otros líderes rebeldes. Un mercader llevó las cabezas de los líderes rebeldes a Kairuán y las dejó en el zoco como advertencia de lo que le ocurriría a quienes osasen acabar con la vida del omeya, y según las crónicas andalusíes el califa abasí al-Mansur agradeció a Dios que hubiera un mar entre él y Abd al-Rahman, sin ocultar también su admiración por la habilidad del Emigrado de superar las situaciones más adversas.
Por otro lado, algunos grupos de yemeníes que lo había ayudado a conseguir el poder en Córdoba se arrepintieron al no verse cumplidas sus expectativas por tener una cuota de poder hegemónica y se convirtieron en una oposición tenaz. En el 764 el gobernador destituido de Algeciras se rebeló en Sevilla, las tropas emirales cercaron la ciudad y eso hizo que sus habitantes entregasen al rebelde a cambio del perdón. En el 766 estalló una revuelta de árabes yemeníes en Niebla, según algunas versiones de la historia esto era otra revuelta proabasí pero ese no para haber sido el caso. Los yemeníes se hicieron con Sevilla y la fortaleza de Alcalá de Guadaira, pero el emir puso la fortaleza bajo asedio hasta que el líder de la revuelta salió a plantarle cara pero no le salió bien como le había ocurrido a Abd al-Rahman en Carmona, así que fue decapitado y los rebeldes se rindieron. En ese mismo año destituyó al gobernador de Sevilla, un árabe yemení que había apoyado la toma de poder del omeya, y esto hizo que el destituido enviase cartas a otros jefes árabes para preparar un levantamiento. Para su desgracia, algunos remitieron la carta al emir, su presencia fue requerida en la capital y ahí fue ejecutado.
En el 772 nuevamente parte del yund sirio de Emesa estacionado en Sevilla y Niebla se rebeló, y el emir marchó junto a su segundo hijo Hisham contra los rebeldes. Bereberes leales al omeya enviaron cartas a bereberes del bando rebelde para que desertasen durante la batalla y así lo hicieron, provocando la desbandada de los rebeldes y su matanza. Conspiraciones de gobernadores destituidos o de otros que consideraban que no habían sido suficientemente recompensados por sus servicios hubo unas cuantas, aunque no llegaron a más y terminaron siempre con la muerte o huida del país de los cabecillas. Si hasta su fiel liberto Badr se volvió insolente con su señor y lo pagó con la confiscación de sus bienes y su destierro hasta que unos años más tarde Abd al-Rahman consideró que ya había cumplido la pena por su insolencia.
En la Meseta hubo hasta un agitador religioso bereber de la tribu de los Miknasa que decía ser descendiente del profeta Muhammad y consiguió muchos apoyos entre los bereberes. Este autoproclamado mesías presentó una resistencia muy seria y duradera entre el 768 y el 777, usando las montañas a su favor para resistir el embiste de los ejércitos emirales que enviaron contra los bereberes rebeldes y además provocando el asesinato de gobernadores de provincias de intensa colonización bereber como Mérida o Santaver, actual Cuenca y Guadalajara. De este modo los rebeldes controlaron una amplia zona entre el Tajo y el Guadiana y la preocupación llevó a que el emir reforzase las murallas de Córdoba, pero al final el agitador fue asesinado por algunos de sus compañeros sobornados por el emir cordobés. Parece claro que los bereberes no aceptaban la ortodoxia sunní y muchas veces protagonizaban levantamientos jariyíes o en este caso una mezcla entre jariyí y chií que reflejan cómo aceptaban el islam pero dentro de él rechazaban los planteamientos que olían a supremacismo árabe.
Hubo multitud de revueltas en las provincias alejadas de Córdoba como por ejemplo en Zaragoza o Barcelona, y aquí hay que entender que cualquier gobernador local que no reconociera la autoridad del omeya y enviase tributos a Córdoba era considerado un rebelde por los omeyas, aunque no hubieran si quiera aceptado previamente la autoridad de Abd al-Rahman I. Es lógico que no lo aceptaran, si muchos poderes locales llevaban de facto años viviendo de forma autónoma, ¿por qué debían aceptar una autoridad superior y enviar sus tributos a otra ciudad sin recibir ninguna contraprestación? El enfrentamiento entre los poderes locales y Córdoba se repitió una y otra vez durante el Emirato de Córdoba, y como los tributos de las provincias se quedaban en su mayoría donde se recaudaban los gobernadores locales podían rebelarse con ejército que pagaban con los impuestos de la región o hacer ellos mismos la yihad contra tierras cristianas sin la intervención de Córdoba.
En el año 776 o 777 llegaron desde Ifriqiya barcos con soldados abasíes encabezados por el yerno de Yusuf al-Fihrí apodado como al-Siqlabi, el Eslavo, por ser rubio y de ojos azules. El califa abasí lo envío para derrocar a los omeyas y a su llegada al-Siqlabi se ganó el apoyo del gobernador de Zaragoza o según otras versiones del gobernador de Barcelona, pero pronto este se desdijo al ver que el Eslavo tenía problemas para conseguir reclutar un gran ejército ahora que el Halcón de al-Ándalus tenía su autoridad más consolidada que unos años atrás. Al-Siqlabi marchó contra Zaragoza o Barcelona sin éxito, mientras el emir quemó sus barcos en Tudmir, Murcia, y al-Siqlabi se vio obligado a quedarse en el Levante peninsular hasta que Abd al-Rahman I puso precio a su cabeza y un bereber lo asesinó. Este sería el último intento abasí de derrocar a los omeyas en al-Ándalus, y a nivel interno puede ser que supusiera el fin de la aplicación del tratado de Tudmir porque pocos años después el segundo emir de Córdoba, Hisham, nombró a un gobernador para la cora o provincia de Tudmir.
La política exterior de Abd al-Rahman I
Con la situación de guerra civil que vivió al-Ándalus a partir del 740, ya vimos en el episodio 23 El valiato de al-Ándalus que el dominio árabe sobre la Septimania quedó muy debilitado hasta que finalmente Narbona cayó en manos de los francos en la década del 750, sin que se pudieran mandar refuerzos desde Córdoba. El Emirato de Córdoba había perdido el gran aparato militar del Califato omeya de Damasco y eso se reflejó en su política exterior, porque suficientes problemas internos solían tener los emires omeyas como para preocuparse por los reinos cristianos que fueron surgiendo y expandiéndose, como expliqué en el episodio extra 13 Auge y declive de al-Ándalus. Para no ser anacrónicos desde el punto de vista islámico, y más en el siglo VIII, no existía un reino cristiano peninsular porque los musulmanes habían conquistado toda la península ibérica y requerían tributos de todos los hispanos.
Eso incluía el norte peninsular donde habían predominado pactos de capitulación, y de ahí las continuas razias contra los cristianos del período emiral que era el único modo de forzar a los poderes cristianos de facto independientes para que pagasen los tributos que desde el punto de vista islámico debían a Córdoba. Las dificultades de Abd al-Rahman I de Córdoba por establecer su autoridad en las zonas de mayor presencia árabe y bereber hizo que no pudiera prestar apenas atención al Reino de Asturias. Parece que hubo alguna expedición durante el reinado de Fruela, a decir de las crónicas asturianas el hijo de Alfonso I obtuvo victorias en Galicia y hasta ejecutó al gobernador de Morón, hijo del primo del emir, y según las crónicas árabes el ejército del emir dirigido por Badr consiguió tributos y rehenes del territorio alavés controlado en esa época por el Reino de Asturias.
Entre los años 768 y 788 no hay ninguna mención a conflictos entre los asturianos y cordobeses, en parte por la rebelión bereber que afectaba la Meseta y protegía la cordillera Cantábrica de nuevas razias. En los años 781 y 782 el maula Badr hizo campaña en Vasconia y La Rioja para someter a sus poblaciones, recaudar la jizya o impuesto de captación de los cristianos, y tomar rehenes. Las fuentes árabes ya empiezan a poner nombre a jefes regionales vascones que ya existían en época goda de manera anónima, como por ejemplo Galindo Belascotenes, padre de García Galíndez el Malo, futuro conde de Aragón, que sometió la comarca aragonesa de Sobrarbe al dominio nominal del emir al entregar rehenes y tributo. Pero el surgimiento del Reino de Asturias o de poderes locales autónomos en los Pirineos o la cuenca del Duero no eran preocupantes para el Emirato de Córdoba, sino que a nivel de política exterior la mayor preocupación era en relación al Califato abasí y de parte del mundo cristiano el expansionismo del Imperio carolingio que afectó también a los territorios andalusíes.
Los gobernadores árabes de Barcelona y Gerona, Huesca, y Zaragoza no reconocían la autoridad del omeya y se acercaron en el 777 al monarca cristiano del momento, Carlomagno, para animarle a marchar sobre la península ibérica. El ejército franco pasó por Pamplona hasta llegar a Zaragoza, con la sorpresa de que encontraron las puertas de la ciudad cerradas y pusieron brevemente la ciudad bajo asedio hasta que las noticias de una rebelión en Sajonia desalentaron a Carlomagno a seguir con esta campaña. Las cosas se pusieron realmente feas cuando en la retirada vascones y musulmanes de la Marca Superior atacaron la retaguardia del ejército franco en la batalla de Roncesvalles. El primer contacto diplomático que conocemos entre Carlomagno y el soberano cordobés fue para liberar a un general del emir entregado como prisionero por los aliados musulmanes del rey franco, y posteriormente tenemos noticias de que se acordó la paz entre ambas potencias.

Solo en el 781 Abd al-Rahman I consiguió el reconocimiento de su autoridad en la ciudad más importante de la Marca Superior, pero el dominio omeya sobre las provincias más alejadas de Córdoba durante el emirato siempre fue muy frágil. Tanto es así que al cabo de unos meses las tropas emirales tuvieron que volver a Zaragoza para tomarla por asedio con catapultas, y esta vez el emir torturó al jefe rebelde antes de ejecutarlo aunque cumplió su palabra de ser benévolo con su familia. Abd al-Rahman fue incapaz por ejemplo de evitar la conquista carolingia de Gerona o Urgel en el 785, y es que entre su lejanía de la capital andalusí y la falta de colonos árabes y bereberes en esas regiones hizo que las guarniciones musulmanas no fueran suficientes para evitar que dejasen de pertenecer al mundo islámico.
Política interior y la familia omeya cordobesa
En clave interna y externa, Abd al-Rahman I no asumió el título de califa porque significaba aspirar a gobernar secular y religiosamente toda la umma musulmana y eso no parecía muy realista, pero sí que proclamó su independencia política respecto a los abasíes de varias formas. Tras un año en el poder ordenó que los sermones de los viernes se hicieran en su nombre y se maldijese a los abasíes. El emir retomó la acuñación de moneda en el 763 tras haberse interrumpido en el 749, y quizás no sea casualidad que ocurriera tras derrotar el primer intento abasí de destronarle, pero durante todo el Emirato de Córdoba solo se acuñaron dírhems de plata porque la acuñación de monedas de oro era una prerrogativa del califa.
Para consolidar su autoridad, expropió casi todas las tierras de Artobás, el hijo de Witiza que había sido un hombre influyente durante el valiato de al-Ándalus y que ahora veía que Abd al-Rahman I no toleraría que nadie le pudiera hacer sombra en su emirato en cuanto a riqueza. Este también era un paso necesario para consolidar un emirato islámico y deshacerse cada vez más de la influencia de la élite hispanogoda cristiana. El Halcón de al-Ándalus formó una guardia personal formada por esclavos ante las repetidas rebeliones de sectores heterogéneos de la sociedad andalusí. De esta forma creó nuevos lazos de clientela con esclavos más fieles y dependientes que los yunds sirios o que los maulas que lo ayudaron a tomar el poder y gozaban ya de una buena posición socioeconómica. Aún así, no parece que formase un ejército mameluco y todo parece haberse limitado a una pequeña guardia palatina.
A partir de Abd al-Rahman I empezamos a divisar la división provincial de al-Ándalus con unas coras gestionadas por un gobernador nombrado por el emir, y la administración creció con visires y cadíes, aunque el siglo VIII está muy mal documentado en cuanto a las biografías de los personajes relevantes del momento. El emir construyó el alcázar omeya de Córdoba, en sustitución del anterior palacio de los valíes de al-Ándalus que era un edificio de época visigoda reacondicionado. Hoy en día apenas quedan restos del complejo residencial y administrativo del alcázar omeya de Córdoba, pero estaba situado justo al lado de la mezquita aljama como era habitual en el urbanismo islámico como muestra de la concepción del poder de la época en que no se podía separar política y religión. Quién controlaba el alcázar de Córdoba ostentaba la soberanía de al-Ándalus, y el alcázar como fuente de legitimidad no cambió incluso después de la edificación de la ciudad palatina de Medina Azahara.
El Halcón de al-Ándalus construyó una almunia, una residencia rural, a las afueras de Córdoba con jardines y huertos a modo y semejanza de la conocida como al-Rusafa que su abuelo construyó en Siria. Él y otros exiliados omeyas añoraban su tierra natal, y así lo reflejó el propio emir en un poema lleno de nostalgia: “En medio de al-Ruṣafa se me apareció una palmera oriental, que se alejó en la tierra de Occidente de la tierra del palmeral. Y le dije: Eres semejante a mí en la emigración y la lejanía, y en la larga distancia de los hijos y la familia tan magistral. Tú has crecido en una tierra que te es muy ajena y extraña, tu caso al mío es igual, ambos en el exilio, con una pena fatal.” De esta al-Rusafa situada al pie de Sierra Morena del noroeste de Córdoba surgió con el tiempo un barrio cordobés famoso por las casas de la élite cordobesa.
Si pasamos a hablar de la familia omeya que emigró a al-Ándalus, conocemos al menos 400 descendientes directos de Abd al-Rahman I hasta la caída del Califato de Córdoba, pero seguramente tuvo muchos más descendientes que desconocemos. El primer emir cordobés tuvo once hijos y nueve hijas, gracias al potencial demográfico que otorga la poligamia y el concubinato. Abd al-Rahman I tenía la visión de una dinastía apoyada por una extensa familia, y por eso no solamente contó con sus descendientes sino con más supervivientes de la dinastía omeya que habían permanecido ocultos y poco a poco fueron llegando a la remota al-Ándalus tras la fundación del Emirato de Córdoba.
Incluso parientes más lejanos de la rama marwánida de la dinastía fueron bien recibidos en al-Ándalus, como fue el caso de Abd al-Malik ibn Umar, nieto del califa Marwán I que fue nombrado gobernador de Sevilla en el 757. El nuevo emir confió en este pariente lejano para controlar mejor el yund de Emesa establecido en Sevilla, aunque los jefes de este yund se rebelaron en numerosas ocasiones entre el 763 y el 773. Abd al-Malik ibn Umar participó en la supresión de las revueltas y por su fidelidad casó a una hija suya con el sucesor del emir, Hisham, y los descendientes de los marwánidas pudieron acceder a cargos de gobernadores, visires o cabecillas militares. Al-Ándalus se convirtió en el refugio perfecto para una dinastía destronada en Oriente.
La familia omeya estaba profundamente jerarquizada y no recibían el mismo trato los hijos y esposas del emir que los hermanos, primos o parientes más lejanos. Los que no tenían una filiación muy cercana al emir de turno debían aceptar su irrelevancia política y sumisión compensada con la concesión de rentas, propiedades y esclavos, y los parientes más lejanos eran enterrados en un cementerio aparte frente a los emires y califas enterrados en el alcázar omeya. En cuanto a la sucesión de los omeyas de Córdoba, hay que decir que parece que el principio de primogenitura fue bastante importante, aunque el emir también podía designar personalmente a su heredero en base a sus preferencias, el consenso de la familia, o las cualidades de los candidatos. Esta jerarquización y la aceptación del principio de sucesión hereditaria evitó que surgieran pretendientes por todos lados del extenso árbol genealógico omeya.
Dicho esto, es cierto que los primeros emires de Córdoba sí que tuvieron algunos problemas con parientes de primer grado del emir que pretendían hacerse con el trono. El propio Abd al-Rahman I descubrió una conspiración de su sobrino en el 783 y lo ejecutó, y luego en el 785 otro sobrino conspiró junto al hijo del general al-Sumayl hasta que se destapó la conspiración y terminaron ejecutados y con un hermano del emir y su familia desterrados al norte de África. Para evitar estos conflictos dinásticos, algunos hijos, hermanos o tíos de los emires sí que desempeñaban cargos administrativos o militares de importancia, mientras que parientes más lejanos casi nunca desempeñaban ningún cargo. Lo que hay que entender es que la familia omeya era una familia extensa, pero el círculo de poder era reducido y no hizo más que reducirse con la instauración del Califato de Córdoba.
La construcción de la Gran Mezquita de Córdoba
Las crónicas árabes hacen referencia a algunas de las primeras mezquitas construidas en al-Ándalus como la de Carteia, Algeciras, Zaragoza, Sevilla o la Córdoba, pero por desgracia los restos de las primeras mezquitas andalusíes no se han conservado y lo poco que sabemos es que eran de reducidas dimensiones porque aún había pocos musulmanes. Las fuentes que hablan de esas primeras mezquitas no mencionan conversiones de iglesias en mezquitas sino destrucciones de iglesias y fundaciones nuevas, por tanto no se produjo el fenómeno del reaprovechamiento como sí ocurrió luego con muchas mezquitas convertidas en iglesias o bien los cronistas musulmanes no quisieron relacionar los templos cristianos con los musulmanes.
Con la conquista musulmana se destruyeron y expoliaron algunas iglesias, pero la mayoría siguieron en funcionamiento y además se permitía la construcción de nuevos templos de culto cristiano extramuros de las ciudades. La destrucción masiva de iglesias o lo de que musulmanes y cristianos compartieron espacios de culto en los primeros años de dominio árabe son mitos literarios surgidos siglos después de las conquistas árabes, aunque sí es cierto que a veces compartían dependencias y estaban uno al lado de otro. Al final, la conversión, destrucción o abandono de iglesias y monasterios fue un proceso gradual según avanzó la islamización de la población local, y generalmente las mezquitas se construían de nueva planta.
Ya he mencionado la construcción del alcázar omeya o al-Rusafa, pero si por Abd al-Rahman I es conocido por una obra arquitectónica sin duda es por la Gran Mezquita de Córdoba, que empezó su construcción en el 785 sobre el trazado de los cimientos de la mezquita construida en época de los gobernadores. Sigue siendo una creencia muy difundida la historia que Abd al-Rahman I negoció con la comunidad cristiana para demoler la iglesia de San Vicente y comprarles su mitad del terreno y les ofreció mucho dinero y la posibilidad de construir iglesias extramuros como compensación, pero esa historia fue creada para ensalzar la magnanimidad y piedad religiosa del primer emir omeya o quizás también como paralelismo a la también legendaria historia sobre la construcción de la mezquita omeya de Damasco.

Las investigaciones arqueológicas de los años 30 y 90 no han arrojado datos suficientemente concluyentes como para zanjar el debate sobre si hubo o no un templo cristiano ahí. En el 2021 se realizaron nuevas excavaciones y los primeros resultados sugieren que encontraron los restos de un gran edificio del siglo V, aunque las conclusiones del estudio aún se tienen que publicar y el debate sigue abierto. Hay quien defendió que debajo de la mezquita había un monasterio o un conjunto episcopal con edificios de culto y residenciales, pero otros creen que la falta de un templo claramente cristiano o la ausencia de mobiliario litúrgico o enterramientos son pruebas bastante sólidas para afirmar que ahí no había edificios cristianos y que era un lugar residencial sin más en época visigoda. Al debate arqueológico también hay que tener en cuenta que la existencia de una iglesia antes de la mezquita sirve para justificar que la mezquita-catedral de Córdoba pasase de ser propiedad pública a pertenecer a la Iglesia, así que en todo caso falta más investigación arqueológica para sacar unas conclusiones más firmes.
Sabemos de la mezquita aljama original de Córdoba que contaba con unos 2.700 metros cuadrados con once naves y capacidad para albergar a unos 5.000 creyentes. Como era común en las primeras mezquitas, la mezquita mayor de Córdoba conectaba con un amplio patio que servía para el lavado ritual antes de entrar a rezar o para socializar. Era también ahí, cerca de la puerta de la sala de oraciones donde el cadí de Córdoba impartía justicia escuchando disputas civiles y criminales. La mezquita sufrió cambios importantes con las reformas posteriores de Abd al-Rahman II, al-Hakam II o Carlos V, que básicamente destrozó buena parte del diseño islámico. Para los soberanos omeyas, las reformas y ampliaciones de la Gran Mezquita de Córdoba eran una parte vital de su legado y por eso con el tiempo se fue embelleciendo y expandiendo hasta ocupar cinco veces más que la superficie original.
Para la construcción de la mezquita mayor cordobesa se reutilizaron numerosas columnas de época romana y visigoda y destacan los arcos con forma de herradura que fueron también característicos de la arquitectura visigoda. Los historiadores del arte han debatido mucho sobre qué tiene una influencia oriental y qué una influencia hispanogoda de la mezquita aljama de Córdoba, pero independientemente de eso lo cierto es que hablamos de una mezquita con unas funciones y elementos que no tenían precedente en la península ibérica. Se usaron columnas con superposición de arcos en vez de pilares para tener un espacio lo más abierto posible y el diseño del espacio era homogéneo para reforzar la noción de igualdad entre musulmanes. Los arcos alternan piedra y ladrillo creando una alternancia de color blanco y rojo que sería muy característica del estilo omeya en otras edificaciones.
Lo divertido es que en época del califa al-Hakam II, cuando se dispuso a construir el nuevo mihrab o nicho que señala hacia donde orar en dirección a la Kaaba de La Meca los andalusíes se dieron cuenta de que todo el edificio estaba mal orientado hacia el sur y eso generó polémica. Realmente esto no es exclusivo de la mezquita cordobesa, también ocurre en multitud de otras mezquitas de al-Ándalus, África o incluso de la propia Meca porque inicialmente seguían la orientación hacia el Sol que tiene la propia Kaaba y fue después que se estandarizó que las mezquitas debían mirar hacia la Kaaba. Pudieron haber reorganizado todo el espacio o seguir con esta especie de error, y optaron por lo segundo porque los omeyas ante todo eran una dinastía conservadora que seguía el ejemplo dado por los muy venerados ancestros, ya fuera en el terreno religioso donde huyeron de cualquier innovación religiosa que pudiera pervertir el mensaje de Muhammad como en el terreno dinástico, porque seguir con el diseño original de Abd al-Rahman I era un asunto de legitimación política de la dinastía omeya.
El Veredicto: La astucia de Abd al-Rahman I
En El Veredicto de hoy quiero destacar la astucia política de Abd al-Rahman I de Córdoba. Sin duda este refugiado que estuvo años vagando por el oeste del mundo islámico no podría haber llegado donde llegó sin el prestigio del linaje al que pertenecía, pero si hubiera sido un incompetente no habría conseguido instaurar un emirato independiente y duradero. Fue inteligente para apoyarse principalmente en árabes yemeníes resentidos con la administración de Yusuf y al-Sumayl pero luego poco a poco deshaciéndose de ellos para evitar seguir alimentando el faccionalismo qaysí y yemení que socavó las bases del Califato omeya. De este modo creó la facción triunfante, la facción omeya que construyó el Emirato de Córdoba.
A Abd al-Rahman no le tembló el pulso cuando pudo engañar a Yusuf haciéndole creer que se rendía o cuando tuvo que ejecutar a antiguos aliados o incluso a miembros de su propia familia, y todo lo hizo para su supervivencia y la de su linaje en el culo del mundo islámico. Si hubiera existido un Nicolás Maquiavelo andalusí, sin duda no hubiera puesto como mejor ejemplo de príncipe pragmático y astuto a Fernando el Católico sino al superviviente nato que fue Abd al-Rahman ibn Muawiya. Muchas veces se recuerda a Abd al-Rahman III por haber reclamado el título de califa y haber terminado con todos los rebeldes que habían dejado de reconocer la autoridad omeya, pero en comparación yo creo que Abd al-Rahman I tuvo mucho más mérito porque tuvo que construir casi de 0 las bases para el poder de la dinastía omeya de Córdoba. Esta es la historia de supervivencia, hazañas y luchas por el poder de Abd al-Rahman I, y con eso El Veredicto termina.
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Fuentes
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